

CARLOS ESQUIVES
Una película nacional sobresaliente en la sección de Concurso Nacional de Largometrajes.
En la ópera prima de Miguel Ángel Miyahira una collera de adolescentes vive a sus anchas las vacaciones de verano (y algo más). Lo que hace interesante a esta película es que el director rompe con las convenciones que podrían sugerirse de esta premisa al ajustarla a parámetros contextuales y temporales que ejercen un discurso que incluso se sustenta desde su expresión audiovisual. Desde el principio Gen Hi8 (2017) modula la recepción del espectador sugiriendo que es testigo de una fuente auténtica, priorizando al dispositivo VHS su condición de registro histórico. El hecho que nos postre frente a un televisor que emite imágenes que, por cierto, aluden a una impresión casera, siembra la idea que lo representado es producto de un registro del pasado. El director parece seguir el concepto original del Youtube: ver una pantalla dentro de otra pantalla. Dicha simulación sería una suerte de filtro que legitima los hechos representados. Entonces, ¿qué vemos dentro de esa segunda pantalla?
La historia de unos amigos podría identificarse como los anales anecdóticos de adolescentes cruzando el umbral de la inocencia, visto desde la perspectiva de Diego (Andrés Mesía), el chico nuevo del barrio miraflorino; sin embargo, el argumento trasciende en razón a su coyuntura. Es 1992; el terrorismo y el autogolpe ejercido por el gobierno de turno generan un ambiente de angustia e inestabilidad general, acontecimientos que son acuñados mediante la intromisión de un found footage editado de forma sucia e invasiva, simulando un fallo de origen en la señal del televisor o impresión del VHS que lacera la irrealidad vivida por los muchachos. Dichos eventos perturban de alguna forma a toda la nación, menos a ese grupo de personajes. Ahora, es importante notar que esto no se debe a que algunos –todavía– no hayan sido tocados por esa realidad, lo que los imposibilita a reflexionar sobre lo que acontece en el país.
La familia de Diego vive a primera mano los efectos del declive económico. Más adelante la llegada de un familiar lejano será la misiva atroz de lo que sucede al interior del país. Muy a pesar, dichas circunstancias no persuaden a Diego de seguir fantaseando con una clase social a la que ya no pertenece, así como de continuar con el “juego” de la humillación social y racial. Gen Hi8 es la retrospectiva de una generación en declive. El hecho que el director opte por un argumento basado en experiencias de verano, insertando cuotas de jolgorio o de romance, no lo obliga a transitar por una ruta complaciente. Miguel Ángel Miyahira transgrede el concepto romántico y muestra en su lugar una serie de gestos infames convirtiendo su película en una historia de terror, en donde niños salen a jugar en tiempos en que la violencia merodea mientras los padres se encuentran ausentes. Gen Hi8 es la proyección de un VHS que mira al pasado, pero sin nostalgia. Más que un recuerdo familiar o de amistad, es una fuente histórica para reproche y reflexión.

MÓNICA DELGADO
La ciudad desde el VHS.
Gen Hi8 de Miguel Ángel Miyashira Moromisato es promocionada como un proyecto experimental, pero tras verla comprobamos que es más una ficción de narración convencional de un periodo noventero de Lima, desde el punto de vista de un grupo de amigos adolescentes en un barrio de clase media de Miraflores. Pero este convencionalismo de su historia (en su linealidad) no se limita a ser solo un relato amparado por la primacía de lo narrativo (inicio, desarrollo y fin), sino que el soporte en que se hizo la película (video Hi8) le da una textura perfecta para describir contextos caseros, urbanos y pop en una Lima en transformación. Comprendemos que la denominación “experimental” responde a que estamos en una suerte de cine dentro de la “televisión”, puesto que toda la película la vemos como si estuviéramos ante una pantalla de vieja TV en alguna sala familiar, como si viéramos alguna telenovela o comedia en señal abierta. Un detalle menor, pero que no cambia si es que tuviéramos la opción de ver Gen Hi8 como una ficción neta, sin esa etiqueta o marco de “experimental”.
El cineasta Miyashira Moromisato logra reflejar la sensibilidad de una época, en su tosquedad, clasismo, racismo y machismo, desde el espíritu incluso de la home movie, y con un sentido del humor grotesco, que quizás pueda encontrar un pariente cercano en la sátira que emplea Cristian Cancho en La Farándula: una Lima ridícula que quiere ir a ver a Vanilla Ice en el Amauta, fumar tronchos en la playa hablando de la gentita o el temor a las bombas de Sendero Luminoso mientras se juega Street Fighter.
Si pensamos en las películas peruanas que hablan de pandillas o entornos masculinos urbanos como Ciudad de M, por ejemplo, o Mañana te Cuento, Gen Hi8 crece y gana con su frescura, su familiaridad con la que recrea un contexto específico a inicios de los noventa, y por convertir la textura de su soporte (magnético y desfasado) en la atmósfera sucia y televisiva de una generación perdida, la llamada Generación X.

EMILIO BUSTAMANTE
"Gen Hi8" de Miguel Miyahira, sugestivo largo independiente, de ficción y bajo presupuesto, sobre jóvenes miraflorinos de clase media en el año 1992.
El filme alude a la memoria (privada, pero también pública) desde la imagen de un viejo televisor que semeja una cápsula de tiempo en cuya pantalla se suceden registros de videos supuestamente domésticos y noticiarios. La discontinuidad, ruidos, desenfoques, distorsiones y fallas, en general, de las imágenes, así como su gruesa textura, remiten no solo a la época sino también al mecanismo cerebral del recuerdo y el olvido.
"Gen Hi8" no apela únicamente a una dudosa nostalgia; plantea las preguntas de qué y cómo recordamos, e insinúa que aún vivimos bajo el influjo de una etapa no cancelada de nuestra historia.

CARLOS LUJÁN
En una escena memorable de la serie Mad Men, Donald Draper finaliza la presentación de la máquina de diapositivas de Kodak con la siguiente frase: “Nostalgia significa literalmente el dolor de una vieja herida. Este aparato no es una nave espacial, es una máquina del tiempo. Va hacia atrás, va hacia adelante. Nos lleva al lugar donde nos duele ir de nuevo. Nos permite viajar como lo hace un niño. Vuelta y vuelta y vuelta de nuevo al lugar donde sabemos que fuimos amados”. La película GEN Hi8, ópera prima del director Miguel Miyahira, es una máquina del tiempo, posee todos los elementos para que podamos catalogarla así, pues nos permite viajar a una realidad pasada con abundante carga emocional en la que no interferimos, sino solo somos fisgones que rememoran a través de una cámara Hi8 una etapa quizás olvidada para los adolescentes que fuimos a inicios de los noventas. Una época particular y violenta para los peruanos donde la incertidumbre por nuestro futuro era más que palpable.
Diego, personaje principal, es un quinceañero que llega a un barrio miraflorino e intenta integrarse a un grupo de muchachos de edades similares a las de él. En el transcurso de la película, lo vemos interactuando con ellos, con los que trata temas afines a su edad en la que se destaca el uso de la jerga noventera, las preocupaciones de su vida social y sentimental, la competencia por poseer la vanguardia tecnológica entre otros. En sí, los temas recurrentes de toda adolescencia pero bien escenificado en el contexto de principios de la década noventera. No obstante, podemos percibir un clima enrarecido, con escenas de la información de la prensa sobre la violencia terrorista y la convulsión política y social apareciendo entrecortadamente en el transcurrir de las vivencias de estos jóvenes. A pesar de eso, viven su propia realidad, la abundancia de tomas cerradas nos hace apreciar el mundo personal donde los pequeños dramas se transforman en inmensos. La realidad que los rodea está tan presente como las voces lejanas y distantes de los padres de estos personajes que nunca llegan a aparecer. Una escena es muy gráfica en ese sentido. Diego busca el último número de su revista deportiva Estadio, para encontrarla remueve otras revistas con portadas de fachadas de casas destruidas por la explosión de un coche bomba, la imagen de una líder terrorista, titulares que expresan el caos políticos que vivíamos en ese entonces, y al que el protagonista no les da importancia. Su padre pierde el trabajo y él solo piensa en encontrar uno para comprarse su Super Nintendo. Así, vemos a una juventud despreocupada, ensimismada, que siente que el mundo que se desploma no los va a alcanzar. Aunque el final nos hacen saber que no hay escape y que en algún momento este les llegar a tocar de la manera más brutal.
La representación de la película ayuda mucho en generar esa sensación de estar presente en una época pasada. Las referencias de la década de los noventa son abundantes, desde la forma en cómo la vemos, pues es una escena estática donde aparece un televisor de transistores de 14 pulgadas colocado en el suelo y es ahí donde transcurre toda la película. Las tomas, los efectos visuales y la edición no nos permiten ni siquiera dar un escape para volver a nuestro tiempo, no hay respiro. En sí, somos testigos de un recuerdo y a la vez de un sueño por momentos asfixiante. Todo aquello que hemos vivido pero quizás querido ser olvidado, se hace visual. Lo presentado es una vivencia adolescente descarnada, no pretende idealizar la época ni hacerla entrañable. Lo visto en estas escenas es lo que fuimos e hicimos cuando el país se desangraba. Somos el recuerdo de individuos adolescentes citadinos donde la tragedia máxima era que sucediera un apagón en medio de una paja o de una película de acción. Los contrastes con ese otro Perú, representado en la reacción de una adolescente trabajadora doméstica proveniente de una región de la sierra ante un apagón, también es muy ilustrativa.
Existe mucho por descubrir en esta película. Miyahira ha escudriñado muy bien esa época de la que también fue parte. Desde las cualidades técnicas como las temáticas dan pie a una exploración interesante. Indudablemente lo visto llega profundo al espectador que estuvo presente en ese período. Una cápsula del tiempo que nos obliga a mirar más de cerca lo que quisimos olvidar. Gen Hi8 queda como una película introspectiva, la génesis de una generación que hoy tiene la responsabilidad de sobrellevar una realidad que nos fue entregada deshecha.

MARIO CASTRO
En Lima, Perú, la mayor parte del cine tiene un tema obvio, y no es un secreto decir que este tema es… como si fuera un secreto, es decir, algo nada obvio -para muchos-: la miseria, la inconsciencia de las clases media y alta (y el tema es tratado inconscientemente y miserablemente en la mayor parte de casos… ¿por qué será?).
El tema, su responsabilidad, o mejor, su irresponsabilidad, para sí y para con el resto. Esto implica necesariamente que estas clases llevan en sí el germen de la destrucción. Moral y material. Y luego se lo atribuyen a otros, es la historia del Perú. Y en Lima, Perú, son los miembros de la clases media y alta los que, de lejos, tienen el acceso a la posibilidad de hacer películas (incluso las bien o mal llamadas independientes, o sea las supuestamente más libres y artísticas y críticas). Sí, qué terrible. Si al menos más de ellos fuesen autocríticos. Pero en ese caso criticarían sus propios privilegios, ¿verdad?
Gen Hi 8 me produce desazón, malestar. Pero, cómo decirlo, eso es bueno. Me trae recuerdos de un pasado con el que tuve que romper para ser mejor persona. Me devolvió a las épocas del colegio, a ese atrapamiento en un grupo endogámicamente cerrado, con franca tendencia a devorarse a sí mismo y con códigos autoritarios, machistas y violentos, suma de bestias supuestamente muy simpáticas, ingeniosas y graciosas (sé que exagero un poco, pero no demasiado). Me devolvió al recuerdo de esos viejos lazos patológicos de sumisión abyecta al grupo, al grupito, a la máquina trituradora de las individualidades y de las autonomías. Y así es como funcionan tanto el capitalismo, como el ejército o los terroristas.
No estoy del todo seguro de si en algún momento hay (tal vez hasta cierto punto es comprensible) una romantización o mimetización, o una cierta complicidad digamos en registro costumbrista, con ese mundo, de parte del director, me queda en algún punto un margen de duda.
Sin embargo, felizmente, conforme avanza la película, se sostiene cada vez menos en ese ‘recordar una época bonita’, en ese ‘pese a todo, amo mis recuerdos’ y se va abriendo paso la evidencia lacerante, el malestar de cómo esos chicos ignorantes por completo de cómo y por qué el mundo a su alrededor está reventando -indiferentes y desconectados pues viven en su muro de protección autista- no son precisamente redimidos por la estupidez estructural a la que están vilmente sometidos.
Me impresionó de modo especial la escena cuando la chica venida de la sierra y que trabaja de ‘empleada’ siente un miedo no tan diferente del que sentía por los soldados violadores potenciales, o más que potenciales, al verse por un momento rodeada de los ‘sanos chicos’ y que ‘no son cholos’ compañeros del protagonista. Son también agentes del terror. Y que se sienten impunes.
Y el final, de esa chica y de esta película, hablan a las claras de quiénes son las víctimas. Los desposeídos masacrados entre dos fuegos.
Esa violencia, el terrorismo, que parece venida del exterior como fuese un ovni o un meteorito, cual fuerza brutal e inexplicable de la naturaleza y que estas clases sociales miraron como si no tuviese nada que ver con ellos… pero resulta, mis queridos señores, que esa misma violencia son ellos, son ustedes, en un cierto sentido bastante problemático y a la vez muy claro la violencia les fue devuelta, la injusticia devino bomba (que no sanó ninguna injusticia, que empeoró las cosas), solo que no lo saben o no lo quieren saber.
Gen Hi 8 toca la llaga de estas cuestiones y funciona así como un buen espejo de lo peor de las clases media y alta peruanas, pero como sabes, lector que nunca pasarás hambre ni grandes apuros económicos, no es imposible que los miembros de dichas clases sean elocuentemente incapaces de reconocer ahí el dibujo de su propio rostro. Están acostumbrados a no hacerlo. Su profunda mediocridad es hasta cierto punto la garantía de su supervivencia.

MARIO VALLEJO
Conoce a Gen Hi8, nueva película nacional que sobresalió en la Semana del Cine de la Universidad de Lima y que se encuentra proyectándose en diversos espacios independientes.
1992. Mientras a Lima llegaban las canciones de unos jóvenes Luis Miguel, Cristian Castro y en la televisión Thalía era la favorita del público por la telenovela María Mercedes, se desarrollaba aún la violenta lucha contra el terrorismo que dejaría miles de muertos y Fujimori daba el autogolpe. En el transcurso de todos los problemas, los jóvenes salían a divertirse. Iban a la playa, jugaban Street Fighter o bailaban.
Tal es el caso del grupo miraflorino de clase media que protagoniza Gen Hi8, nueva película peruana dirigida por Miguel Ángel Miyahira, que sirve para algo más que sentir nostalgia por aquellos años que ya se fueron. El largometraje intenta llamar la atención al público, hacerles entender que los errores no se deben de volver a cometer. Una cachetada a lo que estamos viviendo el día de hoy.
La historia comienza con la llegada de Diego, quinceañero cuya familia se encuentra pasando por momentos económicamente complicados, al barrio y su difícil inclusión a un nuevo grupo de amigos quienes, mayores que él, se encuentran ajenos a lo que sucede en el país y solo buscan divertirse. Hasta que en algún momento la realidad los hará despertar.
Con la inclusión de un puñado de jóvenes actores -muchos de ellos con experiencia en Youtube o Televisión- esta cinta llamó la atención en la Semana del Cine ULima el año pasado no solo por la historia que desarrolla sino por la manera en la que la proyecta el director: Vemos el largometraje a través de un viejo televisor.
Este detalle además de algunas distorsiones, ruidos y desenfoques realizados a propósito por el director sirven para darle el toque ‘experimental’ y original a la cinta. Con este proyecto tenemos una nueva oportunidad para reflexionar, comprender el accionar de estos jóvenes y no volver a pasar por lo mismo.

MARIO SALAZAR
Película peruana de bajo presupuesto de Miguel Miyahira, que narra de manera convencional, lineal, pero con la rareza de estar la película metida dentro de la imagen estática de un televisor antiguo encendido colocado en una sala. También ésta película de cine indie peruano es una apología al VHS, e igualmente hacia las cámaras Hi8 y el formato de la cinta de esta cámara. El filme está adscrito a comienzos de los 90s, vemos la época representativa del terrorismo, con los ubicuos apagones (que incluye la canción por antonomasia, Las torres, de los Nosequién y los Nosecuántos). La película se moviliza a través de chiquillos miraflorinos (digamos que privilegiados), pícaros, criollos, avispados, malcriados, con su infaltable vulgaridad típica de la clase media y la adolescencia peruana.
En el filme vemos como un nuevo chico, algo más lento que los otros, pero dispuesto a ponerse al día, a amoldarse al resto, se incorpora al barrio, al grupo de amigos de siempre, que se comportan tal cual y hablan los temas noventeros. La película tiene algunas situaciones desagradables, como el aprovechamiento sexual de una compañera en estado etílico, el abuso sexual normalizado hacia las empleadas y un cierto racismo hacia clases no privilegiadas, pero todo se adscribe al lugar común, no es que se ande inventando, pero igualmente cae mal presenciarlo. No obstante otorgan realismo y matices a la recreación juvenil y al producto. La naturalidad va aflorando mientras va transcurriendo el tiempo.
Gen Hi8 (2017) tiene una estética visual que juega con la imperfección, un trabajo que juega con los colores y los defectos de proyección, se ve como si viéramos un video VHS mal grabado, viejo, muy utilizado que se ha desgastado. El color tiñe la pantalla y a los protagonistas en especial de rosado o los monocromatiza. El ver un video y las aventuras de estos chiquillos en mal estado, movido, rayado, mal colorizado, no fastidia a la vista, sino le otorga personalidad al filme, como han hechos otros en el cine indie nacional, dando a entender un cine de guerrilla, orgulloso de sus marcas de guerra.
El filme vale por su atrevimiento, y esto lo hallas en varios sentidos, desde lo narrativo, lo estético, hasta lo formal en aquel televisor estático. También puede ser visto como un compendio de una época, los 90s, a la que le pasa revista por entero, buscando incorporar momentos en medio de la nostalgia y un poco de humor; rememorar el entusiasmo de cosas como videojuegos, fiestas, nueva tecnología, música, una edad, que se vive en algunos actos delictivos también, como pequeños robos, y entretenimientos, peleas, marihuana, deportes. El filme mezcla lo positivo y lo negativo de los 90s, desde una mirada relajada, inmadura, osada. Puede verse como un estudio social de la adolescencia y el criollismo peruano. Es un reflejo de la sociedad, de cómo veía y ve el mundo una gran parte de peruanos.

GICHÍN GAMARRA
Al terminar de ver Gen Hi8, tenía una mezcla de sentimientos, estaba contento de verla en mi lugar favorita, La Casona de Rick, tener al director con nosotros en la proyección contándonos, el por que y para que la hizo, ver el Making Of, el proceso de hacerla.
Es una película Lowbudget, en formato hi8 y siguiendo el estilo del movimiento DOGMA, crudo y real, puedo llegarte a incomodar, pero tiene su razón, esos recuerdos de los 90s o en realidad de cualquier adolescencia, tus primeros amigos, que aveces no son tan amigos, tu primer tono, tu primera borrachera, tu primer beso, tu primer amor, tu primera relación sexual, las preocupaciones o tus angustias adolescentes, como el ser aceptado, la presión del grupo, la realidad a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, los apagones, los toques de queda, tu boleta militar, como uno de los personajes mencionan, tener que hacer una inmensa cola, bajo el sol, buscar la forma de evitar servir a tu patria, me acuerdo muy bien de eso en 1996, yo quería estudiar, así que mi madre tuvo que pagar a un familiar de una amiga para que agilizará los papeles.
En los actores vas a encontrar algunos youtubers, incluso al niño ahora ya grande que hizo de Chacaloncito.
Me atrajo como el protagonista se acerca un poco al mundo audiovisual, pensé que en algún momento contaba una parte de la historia personal del director y su acercamiento al mundo audiovisual.
Una película hecha en Perú que te recomiendo ver, un final que te sorprenderá, que te hará reflexionar sobre el pasado y cosas que no hay que olvidar. Y que aquí me esta invitando a tomar mi cámara y grabar.

DIEGO TRELLES
La peli está muy paja por las razones que paso a explicar brevemente:
1. Ya desde el hecho de haber sido filmada en Hi8 (High-Band 8mm: es decir, esa cinta magnética similar a la del S-VHS que introduce Sony hacia 1990 para mejorar la calidad del Video8) y de mostrarse literalmente en la pantalla reducida de un televisor típico de los noventas que aparece todo el tiempo en la imagen, GEN Hi8 presenta una propuesta más atípica que experimental (en esto coincido con la crítica Mónica Delgado) que sabe, desde el primer instante, capturar (ese es el verbo) uno de los momentos más álgidos y sangrientos de la historia de la violencia política reciente en el Perú.
2. Lo hace a través de mecanismos alusivos (las noticias televisivas de atentados y del golpe fujimorista que se insertan en la historia) y elusivos (los apagones que son identificados por los protagonistas como parte de una violencia que no los toca pero, poco a poco, los rodea hasta asfixiarlos). Y lo hace a través del lenguaje procaz y de las vivencias limeño-miraflorinas del grupo de adolescentes que, siempre a partir de la violencia, la pendejada, el abuso y el sometimiento, crecen en un país donde Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas libran una guerra con numerosas víctimas de ambas partes pero que, principalmente, se da fuera de Lima. De alguna manera, esta es una película sobre cómo la burbuja en la que vivían (vivíamos) muchos adolescentes clasemedieros de Lima durante el conflicto interno, termina por explotar y romperse.
3. GEN Hi8 habla de esa época que vivimos tanto Miyahira como yo: parte de una generación que creció bajo los códigos convulsos de un país enfermo que pasó de una guerra a una dictadura, y cuyo crecimiento y formación se dio bajo el signo amenazante de esa violencia que lo inundó todo: los rituales del descubrimiento, la pérdida de la virginidad, los primeros tronchos en la Costa Verde (y es que antes de Castañeda, amigos, había arena y nosotros corríamos olas a pechito en Redondo o Estrella), las broncas que podían tener resultados escabrosos, el fútbol y los campamentos como espacios de diversión y también de delincuencia.
4. GEN Hi8, como una postal de algo que ya no existe, que se perdió para siempre mientras Lima se deformaba convirtiéndose en una ciudad de edificios y enromes malls, me ha recordado mucho a mi primer libro HUDSON EL REDENTOR. No es una película de virtuoso ni aspira a serlo: Miyahira ha buscado la aspereza, el efecto realista pero distorsionado que otorgan los actores diletantes y un montaje de imágenes picadas que, no obstante, terminan ajustándose a la linealidad de su historia.
Desde luego, la recomiendo.

SEBASTIÁN ZAVALA
Es relativamente fácil contar historias sobre maduración en la adolescencia, relacionados a los problemas a los que estos personajes suelen enfrentarse; sus miedos, sus romances, las amistades que entablan y las que destruyen. Después de todo, tenemos cientos de referencias de las que cualquiera se puede colgar. Más difícil, en todo caso, es hacer esto de manera novedosa, centrándose no necesariamente en los dramas interpersonales, si no más bien en el contexto en el que la historia se desarrolla, demostrando que cierta generación de nuestro país —o en todo caso, ciertos “miembros” de dicha generación— consideraban poco o nada de lo que sucedía a su alrededor, concentrándose únicamente en sus propios intereses.
Estos son, precisamente, los personajes centrales de “Gen Hi8”, la ópera prima de Miguel Ángel Miyahira, lo cual convierte a este “proyecto de cine experimental underground” en una producción única en su género: un filme que intenta retratar nuestro pasado de la manera más fidedigna posible, no a través de una mirada nostálgica o romántica, si no más bien presentándolo de manera cruda, hasta cínica. Sabemos que los adolescentes pueden llegar a ser muy desconsiderados, hasta egoístas, pero termina siendo hasta chocante ver a protagonistas como los que “Gen Hi8” nos presenta: chicos que no piensan en los demás, y que se concentran en sus propios pensamientos racistas, sexistas, y homofóbicos. “Gen Hi8” comienza, al menos a nivel narrativo, como varias otras películas de adolescentes, pero poco a poco va transformándose en una experiencia desesperanzadora y hasta aterradora.
La historia se cuenta a través de los ojos de Diego (Andrés Mesía), el chico “nuevo” en un barrio Miraflorino. La película se lleva a cabo durante sus vacaciones de verano en plena época del terrorismo (el verano de 1992 para ser más exactos), y aunque se está viviendo una crisis en todo el país —situación que incluso llega a afectar a su familia; su padre pierde el trabajo, por ejemplo—, nuestro protagonista y sus amigos de barrio —la mayoría groseros y con actitudes de bully— parecen solo pensar en chicas, sexo, videojuegos y drogas. Este contraste entre la realidad y lo que tienen en la cabeza se hace evidente cada vez que Miyahira entrecruza escenas de fiesta o de juego con imágenes de coches bomba o gente sufriendo fuera de Lima.
Se trata de una narrativa suelta, relajada, la cual podría haberse convertido fácilmente en una comedia como las que suelen producirse en Hollywood, si es que Miyahira no la presentara desde una perspectiva cínica, pesimista. Fuera del pseudo romance que Diego vive con una de sus amigas, Marissa (Ximena Luna), el filme se centra más en el anteriormente mencionado contraste entre su vida y la realidad del país; el “nuevo” (así lo llaman durante la película) está más interesado en jugar al Super Nintendo y conseguirse una cámara de último modelo, que en sentir algo de empatía por la gente que está viviendo tiempos difíciles. Consideren, si no, su reacción cuando su familia (fuera de cámara) le revela que su padre ha sido despedido; en vez de preguntar o preocuparse, pide permiso para ir a su cuarto.
No es que uno sienta que Diego y sus amigos ignoran lo que sucede afuera de su burbuja; más bien, parecen estar más que dispuestos a ignorar la realidad, tapándola (con las justas) con sus manos. Consideren, si no, el rol de Inés, la empleada doméstica que los padres de Diego “contratan” (no le piensan pagar; aparentemente, con darle una cama y comida es suficiente). Toda su familia fue asesinada por los terroristas y el ejército, pero dicha noticia no parece afectar la perspectiva de Diego; de hecho, se sorprende cuando la chica no sabe lo que es un sleeping bag (“¡¿en qué planeta vives?!”). Al menos parece estar dispuesto a defenderla cuando sus amigos la fastidian y la insultan, aunque claro, se ofende cuando insinúan que a él le gusta; después de todo, “es una chola”.
Resulta casi imposible empatizar con personajes así, lo cual convierte a “Gen Hi8” en una experiencia admirable, pero difícil de disfrutar. Se trata de un filme que revela (o redescubre) muchas verdades sobre nuestra sociedad, y sobre una generación noventera que prefería vivir alienada, con la cabeza en realidades ajenas a la propia (uno de los chicos, por ejemplo, habla en spanglish y menciona su viaje a Los Ángeles cada vez que puede). Dicho rechazo a lo propio se hace evidente en una escena en la cocina de Diego, donde los chicos comienzan a fastidiar a Inés; su miedo, su rechazo, es similar al que ella sentiría frente a la gente que mató a su familia. El terror y la discriminación no vienen desde fuera, como a estos adolescentes les gustaría creer; por más que no estén conscientes, viene de nosotros mismos.
Lo más destacable de “Gen Hi8”, fuera de su narrativa, está en su estilo visual. La cinta es presentada a través de imágenes dentro de un televisor CRT —una pantalla dentro de una pantalla. La imagen tiene cualidad de VHS, y aunque “Gen Hi8” no se considera a sí misma como parte del movimiento found footage (no se da a entender que hay alguien siempre filmando dentro de la ficción), definitivamente apela por una estética cruda, realista, que nos remonta a la década del 90. Esto le otorga una verosimilitud palpable al filme que convierte a muchas escenas en momentos verdaderamente incómodos.
Siendo los protagonistas un grupo alienado, lleno de masculinidad tóxica y actitudes agresivas (parecen ser incapaces de estar más de cinco minutos sin insultarse, sin decir groserías, sin hablar de sexo o sin cuestionar la masculinidad del otro), no debería sorprender el que el rol de la mujer en “Gen Hi8” sea tan atrasado. A Inés ya la hemos mencionado, pero cabe mencionar a Marissa, la única chica dentro del grupo de amigos, quien es deseada prácticamente por todos. Diego, al menos, trata de relacionarse a ella de manera amable y tradicionalmente romántica, pero el resto… bueno, digamos que “Gen Hi8” incluye una escena de violación (fuera de cámara) que sirve como la culminación del desarrollo de una subcultura juvenil chauvinista y represora. Nada mejor podíamos esperar, supongo, de un grupo de chicos que hablan de las mujeres como si fueran pedazos de carne, y cuyo primer instinto, al verlas borrachas, es mirarles el cuerpo y tocarlas.
Las actuaciones no podrían considerarse, necesariamente, como “profesionales”, pero son lo suficientemente naturales y “sueltas” como para complementar a la estética verosímil de la película. Andrés Mesía es un poco tieso como Diego —aunque, considerando la inherente timidez del personaje, esto no se siente tan fuera de lugar—, y Ximena Luna es carismática como Marissa. El resto de chicos, incluyendo a Howard Ruiz (Paco), Vasco Rodríguez (Gino), Gerardo Vásquez (Lucho), Aaron Picasso (Tony) y Jhoan Mendoza (Miguelín, el gordito que uno encuentra en todo grupo), dan actuaciones realistas, en donde buena parte del diálogo parece haber sido improvisado (o al menos recitado al estilo de cada actor).
He escuchado comentarios sobre “Gen Hi8” donde mencionan que podría considerarse como una película de terror. Considerando la manera en que se va desarrollando la narrativa, esto no está tan alejado de la realidad. Puede que, inicialmente, “Gen Hi8” parezca estar mostrándonos anécdotas de verano románticas y graciosas, pero mientras uno va metiéndose en el mundo de Diego y sus amigos, se va dando cuenta de lo que profundamente dañados que están estos chicos. De nostálgico o romántico no tiene nada; ¿reprochable, deprimente, o tóxico? Esos son términos más apropiados para describir a estos personajes y sus experiencias. “Gen Hi8” le quitará los “lentes de nostalgia” a más de uno, y los hará reflexionar sobre un pasado violento y, por momentos, no tan diferente a lo que todavía se vive hoy en día.

SEBASTIÁN ZAVALA
Esta vez Sebastián Zavala hace un video-review para el
videoblog Proyectando Ideas

HANS MATOS CAMAC
Gen Hi8 comienza como una película del género coming of age, que usa los errores del vídeo digital para emular la sensación de la época análoga del vídeo. Los defectos de la imagen son una metáfora de los defectos de la generación que creció en la época del caos político de los años 90. Poco a poco las noticias que se van intercalando con el metraje, van ganándole la moral a sus protagonistas, como si la corrupción y violencia del país fuese un germen que se va transmitiendo a nivel sociedad. Las sonrisas de la nostalgia por los juegos de nintendo, los tonos y el primer beso se van quedando atrás para mostrar el racismo, opresión y violencia que tenemos dentro.
Al igual que Tony Manero de Pablo Larraín, reflejaba en la suciedad y oscuridad de su fotografía, la época de la dictadura de Pinochet que formaba personas horribles con el sueño de salir en TV, Gen Hi8 nos muestra la sociedad que somos desde los 90 (a través de una TV).
Auspiciosa ópera prima de Miguel Miyahira.

RAÚL ORTIZ MORY
GEN Hi8 narra la historia de Diego, muchacho de 15 años que llega a un nuevo barrio e intenta encajar en un grupo de adolescentes mayores que él -casi todos arrastran disfuncionalidades familiares y patrones de conducta diferenciados-. A razón de constantes decepciones y breves alegrías, Diego intentará forjar su identidad a pesar del turbulento entorno que lo rodea y que al inicio se niega a entender. Sendero Luminoso, la inflación económica, los cambios tecnológicos y el despertar al sexo, serán asimilados más por fuerza que por voluntad, desembocando en una situación insalvable para el joven protagonista y sus amigos.
A primera vista, GEN Hi8 asoma como una película sobre adolescentes que matan el tiempo entre fiestas de 15 años, pichangas futboleras, casas de videojuegos, peleas callejeras, drogas ocasionales y pornografía de visionado grupal. Conforme pasan los minutos, una serie de conflictos transforman la trama en un relato oscuro y corrosivo que no solo desnuda las miserias y vacíos espirituales de cada personaje, sino que funciona a modo de violento aparato que calibra la puntería sobre una sociedad hipócrita que se desangra a causa de la crisis económica y los atentados terroristas que azotaron a la época. La ópera prima de Miguel Miyahira está contextualizada en 1992, año en que los apagones, el toque de queda, el cierre del Congreso y el atentado de Tarata marcaron a toda una generación.
Sin embargo, lo mejor de GEN Hi8 es que no pretende ponerse en los zapatos de un analista social, mucho menos pontifica acerca del efecto que tiene el paso del tiempo en los peruanos-¿acaso hemos cambiado mucho desde los noventa?-, sino que a través de una historia que involucra a adolescentes de clase media retrata, con brutal ironía y desenfado, la indiferencia de un sector del país que durante el periodo más sangriento de nuestra etapa republicana vivió de espaldas a la realidad. Provisto de una perspectiva afilada, Miyahira recorre situaciones y lugares que para los limeños de entre 35 y 45 años podrían causar melancolía, mientras que para el director son motivos de reflexión: espejos donde podemos vernos con una vergüenza asolapada.
GEN Hi8 obedece a una estética que roza la experimentación donde el formato y la narración canalizan la intención de su creador. Por ejemplo, si se quiere mostrar la ruptura generacional y la distancia que separa a padres e hijos, el director emplea, durante los diálogos, frecuencias distintas de audio. Así, las barreras que separan a unos y a otros van en paralelo con el contexto violento que atravesaba el Perú en aquella década. Cabe destacar que en esta película, las escenas están trabajadas con una cámara Hi8 -la handycam más popular de la primera mitad de los noventa- lo que otorga una textura casera, casi artesanal, que sumada a los efectos distorsionadores de la imagen en postproducción le dan un digno aire amateur. Miyahira saca provecho a su producción low budget en todos los sentidos, pero, sobre todo, naturalizando sus ideas sin alejarse del guion. El desenvolvimiento de los actores es otro punto fuerte de GEN Hi8: parece que no actuasen, sino que la cámara grabara la rutina de un grupo de muchachoscomunes y corrientes que no se guardan nada. Ese registro -estrechamente conectado a lo documental- determina una frescura que ya quisiéramos ver en más producciones nacionales.
GEN Hi8 es una película trasgresora, sucia e hiperrealista. También es un mazazo de honestidad underground que ataca con sarcasmo, pero que incide en la autocrítica hacia todas las direcciones; un vehículo que remite a la necesidad de recordar una época en que los traumas sociales rompieron la identidad de un país agudizando su división gestada en el prejuicio y la intolerancia. Por otra parte, Miguel Miyahira recurre al entorno barrial para demostrar que la adolescencia puede ser dolorosa y cruel, periférica y sexista. Sin duda, GEN Hi8 es una de las mejores películas peruanas del año.
CINEFILIA PERÚ
El formato experimental utilizado para representar esta historia es interesante. Le añade ese aditivo de estar presenciando un relato de otra época pero con la idea de que algunas cosas no cambian. Que esa época adolescente es una marca que se repite de generación en generación, mostrándonos como seres que recién van conociendo y adaptándose al mundo exterior


CINEFILIA PERÚ
El formato experimental utilizado para representar esta historia es interesante. Le añade ese aditivo de estar presenciando un relato de otra época pero con la idea de que algunas cosas no cambian. Que esa época adolescente es una marca que se repite de generación en generación, mostrándonos como seres que recién van conociendo y adaptándose al mundo exterior

HÉCTOR TURCO
Seres un novel cineasta peruano y crees que para hacer una buena película debes tener un enorme presupuesto, un equipo técnico A1 o un súper elenco mediático, pues estáis equivocado. Gen Hi8 es una de las películas peruanas que definitivamente al final de la función simplemente te dices: "Wow, qué paja!". ¡Aquí sí hay talento en pleno hervor y creatividad pura!